1.3 La esperanza de vida de la teoría: debates contemporáneos

Después del big bang teórico de clásicos, en la década del cuarenta y el cincuenta del siglo XX predominó lo que algunos autores llamaron el “consenso ortodoxo” del análisis estructural-funcionalismo de la estratificación social, de fuerte tradición estadounidense y en las antípodas de la “teorías del conflicto” (Martínez, 2005, p. 47). Relacionados, en parte, con los conflictos sociales y políticos de la década del sesenta, surgieron diversos enfoques analíticos en la sociología norteamericana cuyo cuestionamiento alcanzó a la academia. En particular, estas propuestas ponían en duda la capacidad del funcionalismo para comprender esos fenómenos sociales y ello contribuyó a fundamentar los planteos críticos no solo a sus debilidades teóricas, sino también a sus implicaciones políticas e ideológicas. Ante las propuestas de Parsons, Merton y discípulos, distintos autores contribuyeron a minar ese “consenso ortodoxo”.

Gouldner (2000) caracterizó esa etapa como la de una situación de crisis de la sociología. Ante la propagación de enfoques alternativos y material empírico que socavaba las bases teóricas del funcionalismo, la fragmentación de perspectivas no dio lugar —en el mediano plazo— a un marco teórico amplio capaz de cubrir los vacíos dejados por “la gran teoría”. Estos debates tuvieron influencia en el desarrollo teórico de la estratificación social.

Si bien luego de la segunda posguerra no abundó en el materialismo histórico una reflexión sustantiva que aportara nuevos aspectos al concepto de clase (Feito Alonso, 1995a, p. 55), a comienzos de los sesenta el panorama cambió. Hubo una respuesta “a la europea” al funcionalismo de parte de autores como Lockwood (1962) y Dahrendorf (1979), quienes se esforzaron por relacionar el legado de Marx y Weber (Feito Alonso, 1995a, pp. 50–51) en los estudios de estratificación social, mientras que desde Francia comenzaban las relecturas del marxismo de Althusser (1968). Para Parkin

“…inesperadamente el marxismo contemporáneo se ha aproximado a la posición sociológica. Este deslizamiento sobrevino como parte de un intento más general de los marxistas occidentales en procura de reconsiderar el modelo clásico u ortodoxo de las clases bajo las nuevas condiciones del capitalismo monopolista…” (1968, pp. 696–697).

Fue también a mediados de los setenta del siglo XX cuando el revisionismo “neomarxista” de Poulantzas (2005) abrió un intenso debate en las ciencias sociales. Su esfuerzo teórico intentó definir los conceptos claves para el análisis de las clases sociales desde la perspectiva del materialismo histórico. Poulantzas sostuvo que dentro del proceso de producción, la dimensión económica distingue al trabajo productivo del improductivo, la dimensión política refiere al grado de control sobre el proceso de trabajo, mientras que la dimensión ideológica manifiesta el grado de conciencia y participación, o no, de la organización del proceso de trabajo (Parkin, 1968).

1.3.1 La grieta de los ochenta

Para principios de los ’80, el debate sobre las clases sociales continuó dentro del materialismo histórico, si bien su perspectiva “estructuralista” no tuvo mayor influencia; el colapso del bloque socialista y la llegada del neoconservadurismo al poder en los países centrales minó de cierta manera el optimismo de izquierda de los sesenta y setenta y la discusión giró en torno a las posibilidad del socialismo en ese contexto —por ejemplo, Laclau (1987)—. Este diálogo, si bien no estaba directamente relacionado con la investigación en estratificación social en la sociología académica, impactó en los debates de ese momento.

Es que, paradójicamente, es en la década de 1980 cuando el enfoque del análisis de clase asistió a un momento de gran creación, tanto en cuestiones conceptuales como de análisis empírico. Producto del “retorno” a los clásicos, el desarrollo de las propuestas de Wright y Goldthorpe se produjo en paralelo con una sofisticación de las técnicas de investigación (sobre todo en lo que refiere al procesamiento de datos y al análisis estadístico). Los enfoques teóricos y las propuestas de aplicación de investigación de Wright y Goldthorpe fueron descritos por Crompton (2008, p. 50) como el enfoque “ocupacional-agregado” al que considera una orientación especializada del análisis de clase en el campo de la sociología. Para Crompton las distintas clasificaciones y estrategias para el estudio empírico de la estructura de clase u ocupacional pueden dividirse en tres:

  1. esquemas de “sentido común” con pocas pretensiones teóricas, que agrupan ocupaciones en un orden jerárquico con líneas de corte “objetivas”;
  2. índices de prestigio ocupacional o status, que buscan medir el ranking social de distintas ocupaciones (frecuente, sobre todo, en las investigaciones sobre movilidad social);
  3. esquemas “relacionales” o “formas teóricas de esquemas de clases”, que poseen explícitas referencias a las propuestas teóricas de Marx y Weber.

Los esquemas i) y ii), Crompton los denominó “índices descriptivos” que incluyen los “gradacionales” o “jerárquicos” donde las clases difieren por el grado cuantitativo de algún atributo o basados en una cualidad particular (ingresos, prestigio, status, etc.) . Los agrupados iii) persiguen, en líneas generales, la descripción de la desigualdad ocupacional, determinando teóricamente las “clases” y a nivel empírico, observando las relaciones de clase —refiriendo con ello el proceso por el cual esas desigualdades se producen— (2008, p. 49). Se incluyen aquí los dos grandes proyectos que dominaron el debate en el campo del análisis de clase durante los ochenta y los noventa: el Compartive Class Project “neo-marxista” de Wright y el CASMIN1 “neo-weberiano” de Goldthorpe.

Así como es frecuente comentar que Weber “dialoga” con la obra de Marx, Burris (1995) sugirió que la literatura marxista contemporánea “dialoga” con Weber. Por ejemplo, Wright insistió en formalizar un desarrollo teórico manteniendo a la vez un esfuerzo de aplicación, empírico, bajo el objetivo general de “construir, dentro de un marco teórico marxista en sentido amplio, un concepto de estructura de clases susceptible de ser usado en el análisis de procesos micro a un nivel relativamente bajo de abstracción” (1995:21). En base a ello elaboró dos estrategias metodológicas:

“he explorado dos enfoques generales diferentes de este problema [estructura de clases], a los que podríamos denominar respectivamente enfoque de las posiciones contradictorias y enfoque de la exploración multidimensional. Ambas estrategias constituyen intentos de proporcionar una teorización positiva a la categoría”clase media” dentro de un marco esencialmente basado en los intereses.” (Wright, 1995, p. 59).

La primera solución de Wright para ubicar a la clase media fue considerarla entre la clase obrera y la pequeña burguesía, simultáneamente, tomando este concepto de posición contradictoria. La segunda solución consideraba que

“los diferentes ‘modos de producción’ se basan en mecanismos específicos de explotación que pueden diferenciarse según el tipo de recurso productivo, cuya desigual propiedad (o control) permite a la clase explotadora apropiarse parte del excedente socialmente producido. Basándome en la obra de Roemer, distinguía yo cuatro tipos de recursos, la desigual propiedad o control de los cuales constituía la base de las distintas formas de explotación: los bienes de fuerza de trabajo (explotación feudal), los bienes de capital (explotación capitalista), los bienes de organización (explotación estatista) y los bienes de cualificación o credenciales (explotación socialista). Aunque los modos puros de producción pueden identificarse con las formas simples de explotación, las sociedades reales siempre constan de diferentes formas de combinación de los diferentes mecanismos de explotación. Esto abre la posibilidad de que ciertas posiciones en la estructura de clases estén simultáneamente explotadas a través de un mecanismo de explotación pero sean explotadoras a través de otro mecanismo”. Dichas posiciones…constituyen la ‘clase media’ de una sociedad dada” (Wright, 1995, pp. 65–66).

1.3.2 Nuevos debates…¿Hacia una operacionalización más refinada de los conceptos?

Este modelo, durante buena parte de la década del noventa, estuvo un tiempo “encontrado” a las líneas de pensamiento “neoweberianas” de los cuales resalta el trabajo de Goldthorpe y que incluyen los de Giddens y Parkin. Con una influencia importante en los estudios sobre estratificación social en América Latina, Goldthorpe retomó la definición de clase desde la estructura ocupacional, diferenciando la “situación de trabajo” y la “situación de mercado”, utilizando la ocupación a partir de una escala de prestigio ocupacional. El autor trató de encontrar la “identidad demográfica” de clase y el “grado de formación sociopolítica de la clase” (Martínez, 2005, p. 74). Trabajó en el análisis de la “clase de servicio” —profesionales, por un lado, administrativos y directivos por el otro— que, una vez despejados sus rasgos estructurales (económicos), intentó delinear su paso de las “clases económicas” a las clases sociales.

Crompton también ubicó dentro del enfoque “ocupacional-agregado” al Clasificador Estadístico Socio-Económico Nacional(NS-SEC) de la Oficina de Estadística del Reino Unido, derivado, en mayor parte, del esquema clasificatorio de Goldthorpe, que combina el status en el empleo con características del trabajo. Se trata de un sistema clasificatorio que utiliza el sistema estadístico inglés y que se incluye dentro del programa de desarrollo de un “sistema de clasificación socio-económico europeo” (Rose & Harrison, 2007a). Es que, en efecto, el más frecuente uso “dado por hecho” en el análisis contemporáneo de clases sociales en sociología es aquel que divide grupos ordinales de ocupaciones en “clases” (Crompton, 2008, p. 49) y la división de la población en posiciones desiguales de recompensas es comúnmente descripta como “estructura de clase”. Noción que, en la actualidad, se focaliza usualmente en la estructura del empleo.

La cuestión acerca de cómo se utiliza a la variable ocupación en términos de clasificación tiene distintas respuestas (Desrosières & Thévenot, 2000). Ganzeboom (1992), por ejemplo, distingue dos corrientes entre los científicos sociales: los que utilizan aproximaciones a la clasificación de categorías de clase socioeconómica y los que prefieren medidas continuas. El uso de la variable ocupación es columna vertebral de este tipo de orientación. Para los sociólogos —y también para las agencias comerciales y organismos del gobierno— la ocupación se incorporó como variable principal para el análisis de clase ya sea porque era el indicador más poderoso de recompensas materiales o por la disponibilidad de información con la que se contaba para realizar investigaciones con fundamento empírico.

Como señala Barozet (2007) los datos de ocupación fueron los predilectos para los estudios de estratificación social según este enfoque, abordado desde distintos puntos de vista teóricos y metodológicos. Esta autora, haciendo un recorrido por las escalas académicas internacionales que utilizaron esta variable —la ISCO(International Standard Classification of Occupations); la de Goldthorpe y Erikson; la ya mencionada de Eric Olin Wright; la escala de ocupación francesa y por aquellas que trabajaron en base al prestigio ocupacional, como las de la de Treiman (Standard International Occupational Prestige Scale) (Treiman, 1977)– mencionó que:

“La variable ocupación es central para los estudios de estratificación social, pero cabe tener mucho cuidado de que el uso que se le da no aparte los estudios de una posible comparación. En efecto, siguiendo la advertencia de Ganzeboom y Treiman (1996), es importante tomar como piso la clasificación ISCO, con el fin de establecer ocupaciones que se puedan subsumir a categorizaciones internacionales. Sin embargo, el uso de la variable ocupación se enfrenta al mismo problema que otras variables: las ocupaciones, sus nombres y sus contenidos cambian, por lo cual se requiere de una adaptación en cada nueva aplicación de encuesta” [Barozet (2007), p. 45).

1.3.2.1 No tan distintos

Con varios puntos en común y, llamativamente, a pesar del disenso teórico, con resultados empíricos homologables al menor nivel de apertura de sus esquemas (Crompton, 2008), las propuestas teóricas Goldthorpe y Wright relacionan, por un lado, la clase como principio estructural de desigualdad social y, por el otro, la clase como origen de identidad social y política, conciencia y acción, cuestión en la que reside una gran fuente de debates.

Desde la “etnografía de clase” se defendió la idea que la estructura y la acción, la economía y la cultura, tienen roles importantes —e intervienen— en el mantenimiento y la reproducción de clases sociales. Este punto de vista argumentó que no sólo las diferencias económicas sino también mecanismos no-económicos se vinculan con las desigualdades sociales y la cultura, es decir, que al observar la estructura social no se trata solamente de separar el efecto de la localización en clases sociales sino también hay que tener en cuenta los mecanismos por los cuales las mismas clases se constituyen. En este segundo tipo de interpretación se puede ubicar la teoría de la estructuración de Giddens y el trabajo de Bourdieu. Es que las críticas al análisis de clase dentro de la sociología transitaron por diversos andariveles: se suele problematizar una supuesta poca capacidad para explicar la acción de clase y su “sobredeterminación economicista”. Al mismo tiempo, dentro de las posibles definiciones de clase que pueden ser identificadas en la literatura especializada, se observó un creciente interés general por su dimensión cultural (Crompton, 2008, p. 16) con un “giro” de perspectiva sobre el abordaje más tradicional de estructura de clase en base a la ocupación.

Por un lado, Giddens (1998) propuso relacionar las trayectorias conceptuales provenientes de Europa y Estados Unidos. En su “teoría de la estructuración” debatió la “concepción utópica” y el “evolucionismo de la historia” en el marxismo, la poca importancia concedida al Estado en el ejercicio del poder y la desatención a formas no económicas de desigualdad social. En su crítica al “objetivismo determinista” del funcionalismo y del marxismo reclamó un enfoque que dejara las intenciones de los actores en el mismo nivel que el de las estructuras. Por otro lado Bourdieu, en cambio, enfatizó en los aspectos económicos y culturales de la diferenciación social, influido tanto por una visión marxista como por la weberiana. En La distinción (2012) no redujo el análisis de clase a su dimensión económica sino que, al mismo tiempo, analizó relaciones sociales simbólicas. Para este autor la clase social

“no se define por una propiedad […] ni por una suma de propiedades […] ni mucho menos por una cadena de propiedades ordenadas a partir de una propiedad fundamental (la posición en las relaciones de producción) en una relación de causa a efecto, de condicionante a condicionado, sino por la estructura de las relaciones entre todas las propiedades pertinentes, que confiere su propio valor a cada una de ellas y a los efectos que ejerce sobre las prácticas…” (Bourdieu, 2012, p. 121).

Distintas combinaciones de capital (económico, social, cultural o simbólico) constituyen el habitus, que >“es a la vez, en efecto, el principio generador de prácticas objetivamente enclasables y el sistema de enclasamiento (principium divisionis) de esas prácticas.” (Bourdieu, 2012, p. 200).

En paralelo, desde el paradigma weberiano contemporáneo algunos autores se empeñaron en cuestionar la dimensión estructuralista del materialismo histórico, que deja de lado el rol de la acción social y la primacía de clase por sobre otras formas no clasistas de dominación. Según señaló Burris (1995, p. 131), Giddens y Parkin ignoraron una parte del debate marxista contemporáneo cuando argumentaron que los fundamentos marxistas sostenidos en la lógica de los modos de producción son una forma de funcionalismo y que el marxismo reduce a los actores a espectadores pasivos de sus relaciones sociales. Es que en el materialismo histórico ha “corrido mucha agua bajo el puente” desde las explicaciones clásicas de Marx para comprender los mecanismos de las instituciones o de las prácticas que operan sobre la estructura social.

En buena parte de la literatura marxista contemporánea se asignó un papel significativo a la acción humana en las explicaciones y en el análisis de clase. Incluso, como bien señala Burris, pueden encontrarse marxistas como Thompson (1968) o Przeworski (1977), que, aunque sitúen la primacía de las estructuras por sobre la acción, no implica que la dejen de lado (Burris, 1995, p. 133). De hecho, Thompson analizó las clases sociales en términos de acción humana casi exclusivamente, en su clásico estudio sobre la formación histórica de la clase obrera en Inglaterra. Su concepción de clase como proceso y relación —si bien nunca detalló una teoría sistemática de clase— se contrapone al de clase como ubicación estructural:

“Por clase entiendo un fenómeno histórico que unifica a un número de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto en la materia prima de la experiencia como en la consciencia. No veo a la clase como una”estructura”, ni siquiera como una “categoría”, sino como algo que de hecho acontece (y puede demostrarse que ha acontecido) en las relaciones humanas […]. La clase se define por cómo viven los hombres su propia historia y, en última instancia, ésta es su única definición” (Thompson, 1968, pp. 9–11).

Przeworski equiparó la importancia de la estructura objetiva y la acción como mutuamente dependientes cuando “analiza las clases como el resultado de las luchas históricas concretas condicionadas por estructuras sociales que, a su vez, retroactúan sobre esas estructuras y las transforman” (Burris, 1995, p. 133).

1.3.3 La muerte de la clases

Durante buena parte del siglo XX, los puntos de vista sobre las clases tuvieron una fuerte influencia en los debates de las ciencias sociales. Los postulados de Marx fueron cuestionados porque, supuestamente, la importancia relativa de la clase obrera disminuía con el tiempo en tanto que las clases medias —sobre todo, durante los “años felices” del Estado de Bienestar ’a la europea’v se incrementaban y convivían con la considerable expansión de las diferencias basadas en nuevas categorías de análisis tales como género, edad o etnia. Y si bien la acción asume un rol importante en las explicaciones marxistas de la actualidad, por el contrario, hay reticencias a la incorporación de formas de explicación estructural por parte de los weberianos (Burris, 1995, p. 136).

El rápido cambio social, económico y político, a nivel mundial, durante los noventa (dominado por el Consenso de Washington) comenzó a minar una parte de las presunciones y preocupaciones del análisis empírico de las clases sociales, en gran medida como consecuencia de los cambios en la estructura ocupacional y la declinación de la clase obrera tradicional en los países industrializados, con el correlato decrecimiento de ocupaciones no-manuales -que convencionalmente se las ubicó en la clase media-.

El cambio tecnológico, los cambios en la división internacional del trabajo, el impacto de la crisis del petróleo, la disminución en importancia y en número de industrias tradicionalmente reclutadores de clase obrera, el aumento paralelo de la denominada “economía de servicios”; los mayores niveles del bienestar y la ampliación de las clases medias, la emergencia de nuevas categorías de análisis, como el género y la etnia se han tomado como algunos de los factores de la declinación de empleos industriales.

Este cambio técnico, el mayor dinamismo del sector terciario, la pérdida de liderazgo de la industria de “modelo fordista”, la caída de salarios, el aumento del empleo femenino y nuevas configuraciones en el mundo del trabajo, fueron algunos de los puntos señalados para mostrar la captación de estas nuevas realidades utilizando las variables tradicionales del análisis de la estructura social. Muchos críticos de la noción de clase cuestionaron que el empleo, debido a su debilitada importancia a fines del siglo XX, pueda ser el punto partida para la identidad social, desde al menos, la segunda mitad del siglo XX.

Previo a los cuestionamientos sobre el cambio el cambio técnico, algunos autores se cuestionaban acerca de la “muerte” del concepto de clases sociales. Nisbet (1959) y sus continuadores justificaron la eventual desaparición de la noción de clase. Lo fundamentaban en que el ámbito político se distinguía una difusión del poder en todos los segmentos de la población y una ruptura del comportamiento político de acuerdo al estrato social; en el ámbito económico, aumentaba en el sector terciario, cuyos puestos de trabajo no coincidían con la mayoría de cualquier sistema de clase, y por la distribución de la propiedad en todos los estratos sociales y los niveles de vida y consumo que llevaron a la desaparición de los estratos claramente identificables de consumo.

Otra corriente teórica que se oponía al uso del concepto de clase fue la denominada teoría de la “sociedad post-industrial” en la que destacan autores tales como Bell y Touraine. Planteaban la convergencia en todas las sociedades hacia un aumento de los requisitos de conocimiento en el lugar de trabajo, menor desigualdad social y desgaste de la burguesía como clase dominante. Bell (2006) tomó en cuenta tres dimensiones analíticas de la sociedad: la estructura social, en la que incluye la economía, la tecnología y el sistema de trabajo; la política, que regula la distribución del poder y la cultura, lugar del simbolismo y los significados.

Muchas de las interpretaciones que cuestionan el concepto de clase sostienen que la clase obrera perdió su centralidad en la teoría y que el desarrollo económico se traduce en una decreciente importancia de la clase social como base de la acción política. Otorgan su lugar a los nuevos movimientos sociales, como la corrientes “postmaterialismo” (Inglehart, 1990) que sostiene la idea de que a medida que aumenta el bienestar económico de una sociedad, los valores que conforman a sus individuos no son guiados por pautas materialistas.

Clark y Lipset (1991) preguntaban a comienzos de la última década del siglo XX si las clases se estaban “muriendo”. Esta vieja posición, favorable a la desaparición de las clases, consideraba que la transformación de la estructura ocupacional junto con el desarrollo del Estado Benefactor se tradujo en un mayor nivel de riqueza y bienestar en la población y en nuevas formas de comportamiento político (tales como la ecología o las libertades civiles). La declinación de la dinámica tradicional de izquierda-derecha de los partidos políticos y la emergencia de divisiones sociales no ancladas en las clases, tales como el aumento de las credenciales educativas, nuevas formas en el mercado de trabajo, o las desigualdades geográficas y locales, lograron un declive de la política de clase, que se manifestaba por un lado en una inexistencia de correlación entre voto y clase, la declinación de los partidos políticos tradicionales, la ampliación de las clases medias y el “reciclaje” de partidos tradicionales de izquierda.

Hout y otros (1993), siguiendo el debate, argumentaron que el concepto de clase es fundamental en sociología ya que es indispensable para determinar intereses materiales. Las clases definidas “estructuralmente” pueden dar lugar a la emergencia de acción colectiva y la pertenencia a una clase incide sobre las oportunidades de vida y diversos aspectos relevantes de la vida social. La propiedad, las diferencias de renta y riqueza siguen estando de forma persistente asociadas a la clase social.

Al respecto, es interesante el razonamiento que propone Filgueira cuando considera que

“Si uno de los problemas del paradigma clásico es su excesiva atadura a la dimensión empleo, la consideración de las diversas formas de capital abren el camino para la discusión de otros principios ordenadores de la diferenciación social. En particular, la cuestión actualmente en debate acerca de la relevancia de los estilos de vida y consumo como alternativa estructuradora de la diversidad del orden social en oposición o en paralelo con la determinación del empleo, o si se quiere, acerca de la pregunta sobre la vigencia actual del”paradigma productivista”. Naturalmente, ello conduce a la pregunta acerca de qué ha cambiado para que la necesidad de revisar el paradigma clásico se haga evidente. No parece haber una respuesta definitiva acerca del punto aunque las razones que se aducen se remiten a la incapacidad de la teoría sociológica contemporánea de dar respuestas idóneas a las recientes transformaciones macroestructurales. En principio, tal hipótesis no parece del todo plausible o por lo menos está mal formulada. La carencia explicativa del paradigma clásico existió con independencia de los “cambios objetivos”. Lo que sí ocurrió es que estos cambios hicieron más evidente sus limitaciones” (Filgueira, 2001, p. 22)

No ha sido la primera vez que el término de “clase” y el análisis de clase se viera objetado como desfasado en el tiempo y que, sus estrategias de investigación y abordaje fueran consideradas irrelevantes para sociedad actual. Si bien durante la mayor parte de los siglos XIX y XX el tema de las clases sociales ha estado en el centro de los debates académicos y extra-académicos de los científicos sociales —tal vez como reflejo de una discusión política más amplia acerca de las luchas sociales en las sociedades industrializadas occidentales (Bauman, 2000; Furbanck, 2005)—, cada tanto suele desaparecer de la corriente política o de la agenda mediática. Como otros paradigmas de la ciencia y de la sociología, el tema de las clase sociales parece una gran “estrella púlsar” que ilumina y decae a lo largo del tiempo.


  1. Comparative Analysis of Social Mobility in Industrializad Countries.↩︎