3.1 Clases sociales y censos de población

¿Qué pueden decirnos los censos de población sobre la estructura de clases? Las estadísticas oficiales en la Argentina nunca ofrecieron tabulados con la variable clase social, o en todo caso, por grupos-socioeconómicos o socio-ocupacionales. Una gran parte de los estudios sobre estructura social en base a datos censales que se han realizado en la Argentina han utilizado o bien la variable ocupación o bien algún cruce de las “características económicas” disponibles en cada censo para construir clases sociales.

De acuerdo a los datos de los censos 1869, 1895, 1914 y 1947 pero también utilizando prácticamente todo lo disponible en el Sistema Estadístico Nacional de la época, Germani (1987) agrupó categorías ocupacionales según criterios teóricos y empíricos provenientes de la teoría de la modernización en su análisis de los procesos de movilidad y cambio social de la Argentina moderna. Después de Germani, los estudios de Torrado (1992, 2003) abordaron nuevamente el análisis de la evolución del volumen y estructura de las clases sociales, en base a los censos de 1947, 1960, 1970 y 1980, esta vez de acuerdo a una conceptualización proveniente de un enfoque histórico-estructural.

La disponibilidad de otras fuentes adicionales a los censos para el estudio de la desigualdad social fue escasa en Argentina durante buena parte del Siglo XX, salvo a partir del último tercio. Los censos de población fueron el principal corpus que tanto Germani como Torrado y otros especialistas encontraron para responder sus preguntas, lo que les permitió abordar el estudio de la estratificación social en base a datos ocupaciones desagregados, cubriendo todo el país.

3.1.1 Antecedentes

Como se abordó en el capítulo 2, la clase social, como marco teórico, representa un enfoque complementario de la estratificación social al incorporar las relaciones sociales de propiedad y control sobre factores productivos al análisis de las desigualdades de recursos económicos, políticos y sociales (Kerbo, 2003). A pesar de su elaboración relativamente lejana en el tiempo, la aplicación de esta conceptualización en distintas investigaciones, por ejemplo las de Torrado (1992), mostró una significativa capacidad interpretativa, sobre todo si se tienen en cuenta los problemas y limitaciones que posee el estudio de la desigualdad social en relación a la alta dependencia de la información empírica disponible, casi siempre incompatible para ser utilizada por marcos teóricos y metodológicos ajenos a los cuales fue construida.

Esta orientación —predominante— que utilizó censos de población para el estudio de clases en Argentina se ubica dentro de lo que Crompton (2008) denominó “enfoque ocupacional-agregado” de la estratificación social. Pensado para el particular contexto latinoamericano de disponibilidad de información, en este sentido, se diferencia con respecto a otros desarrollos teóricos más recientes, por ejemplo, de Wright (1997, 2005) o Goldthorpe (1995), donde, por la carencia presupuestaria fundamentamente, gran parte del esfuerzo conceptual estuvo dirigido a resolver el problema del dato a utilizar, es decir, en cómo desplegar la teoría con fuentes secundarias y no en base a datos ad-hoc (primarios) para una teoría específica.

La elección de este enfoque se debió, además, a que si bien la preocupación sobre el análisis y medición de las clases sociales en la Argentina en base a estadísticas oficiales se inició desde la propia llegada de la sociología como disciplina académica, su desarrollo no alcanzó ni la expansión ni la recepción social que se esperaban y a pesar de que durante el fin del Siglo XX las ciencias sociales asistieron a un renovado debate sobre la estructura social (Crompton, 2008; Kerbo, 2003; Martínez, 2005), el amplio disenso teórico acerca de esta cuestión no reavivó la pregunta sobre las posibilidades analíticas de las estadísticas oficiales para el estudio de las clases sociales. Durante un largo período la Argentina careció de estudios sobre estructura social de largo aliento, de alcance nacional y de espíritu comparativo y la pregunta sobre la estratificación social tuvo menos respuestas empíricas de las que se esperaban.

El programa de investigación de Torrado (1992), corresponde la excepción a esta situación quien abordó, 37 años después de la publicación de Germani, nuevamente, el análisis de la evolución del volumen y estructura de las clases sociales, esta vez, de acuerdo a una conceptualización proveniente del materialismo histórico, en base a los censos de 1947, 1960, 1970 y 1980. Como Germani, el estudio de Torrado efectuó una profunda evaluación de las fuentes y los datos disponibles en los censos —véase por ejemplo Torrado y Orsatti (1985) y Torrado y Rofman (1988a)–, realizando ajustes a las estimaciones del volumen total de clases sociales de Germani para 1947.

3.1.2 Practicidad

Las razones de incluir a estos censos de población son múltiples. El argumento principal es que son, dado el contexto de producción y oferta de estadísticas oficiales en Argentina, prácticamente la única fuente del Sistema Estadístico Nacional (SEN) que permite estudiar, de un modo agregado, la desigualdad social.

Más allá de la imposibilidad de recurrir a instrumentos ad-hoc, limitación debida sobre todo a las restricciones presupuestarias de investigación en Argentina, o, en su defecto, recurrir a la información provista por la EPH, cualquier encuesta de hogares disponible, sea oficial, académica o privada, posee distintos obstáculos para el estudio global y a largo plazo sobre la estructura de clases.

Las encuestas a hogares –que están, en su gran mayoría, limitadas a los grandes centros urbanos– podrían pensarse como las fuentes primordiales para el estudio de la desigualdad social. Su continua actualización permitiría enriquecer el conocimiento del perfil de la estratificación social en base a datos ocupacionales desagregados y en los distintos niveles de ingresos, ya que relevan información sobre variables no contempladas en los censos, vinculadas principalmente a los mercados de trabajo y a las diversas formas de ingreso monetario.

Sin embargo, aquellos aspectos relativos a la desigualdad social no son cabalmente contempladas por estas fuentes, o en todo caso, si integran algunas de sus dimensiones, no lo hacen con la magnitud, tanto teórica como empírica, con la cual lo llevan adelante los censos. La posibilidad de análisis desagregados es notoriamente más permisible en los censos que en las encuestas, a nivel nacional y/o de agregados regionales.

En otro orden de razones, los datos censales utilizados pueden dar continuidad a la explotación del tipo de fuente que fue materia prima de estudios previos, cuyos límites empírico-temporales finalizan hacia el censo de 1980. A a la vez, los censos de 1991, 2001 y 2010 conllevan un corpus conceptual común (con importantes diferencias conceptuales) cuyos límites y alcances son compartidos.